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lunes, 20 de diciembre de 2021


Hoy os presento Sheperd. Sheperd es como vagar por tu librería favorita, pero en el mundo online. En ella los autores recomiendan en pequeñas notas sus libros favoritos, que giran alrededor de un tema concreto. El tema que he elegido yo ha sido: «Las mejores historias de amor/odio con final feliz», mis favoritas por supuesto. A ver qué os parecen mis recomendaciones


La web está en inglés, con un diseño limpio y de fácil lectura, y puede serviros para practicar de forma sencilla ese idioma que, aunque a veces se nos resiste, está por todas partes. Apúntate aquí si quieres recibir una actualización mensual con lo más interesante.

¡Animaos y echadle un vistazo!


martes, 21 de septiembre de 2021

 


Acabo de terminar uno de los libros más románticos que he leído, o quizá debería decir que he terminado una de las más bellas historias de amor que hasta ahora han pasado por mis manos. Lo curioso es que no es una novela, sino un ensayo —más bien un poner por escrito los pensamientos y sentimientos de un hombre ante el fallecimiento de su mujer— de apenas sesenta páginas.

«A grief observed», de C.S. Lewis, en español «Una pena en observación», es el librito en el que se basó Richard Attenborough para rodar su famosa película «Tierras de penumbra» y la verdad es que ambos son totalmente recomendables. 

Me gustaría destacar un párrafo que me emocionó especialmente y del que he hecho una traducción libre:

«Porque una buena esposa contiene tantas personas en sí misma. Qué era lo que H. no fue para mí? Era mi hija y mi madre, mi alumna y mi profesora, mi súbdita y mi soberana; y siempre, con todo esto disuelto, mi leal camarada, amiga, compañero de tripulación, compañero de armas. Mi amante, pero al mismo tiempo todo lo que un amigo hombre (y yo tengo varios buenos) ha sido alguna vez para mí. Quizá más. Si nunca nos hubiéramos enamorado, a pesar de todo habríamos estado siempre juntos y armado un escándalo».

Si lo leéis, contadme.


domingo, 23 de mayo de 2021



Cada vez soy más consciente de lo distintas que somos las lectoras a la hora de enfrentarnos a una misma novela. Una puede odiar algo que a otra le ha resultado magnífico y, en el fondo, así es como tiene que ser porque ocurre lo mismo en la vida real. 

Sin embargo, en estos tiempos observo que muchas leen profundamente influenciadas por el nuevo moralismo que lo impregna todo. Hay una gran diferencia entre las lectoras que se dejan envolver por la historia y permiten que las lleve hasta donde tenga que llevarlas sin hacer caso de ideas preconcebidas, y las que, desde el minuto uno, están diciéndose a sí mismas: «esto no debería ser así, mal, mal, mal».

Era consciente de que mi protagonista, el marqués de Ravensworth, iba a levantar ampollas (incluso una de mis lectoras cero me había advertido que no había empatizado nada con él); de hecho, si os soy sincera, en estos tiempos en los que la autocensura está a la orden del día, jamás me habría atrevido a escribir una novela contemporánea con un protagonista así; por eso lo he situado en la época de regencia inglesa en la que, mal que nos pese, las cosas eran muy distintas para las mujeres. 

Yo no defiendo a lord Ravensworth; algunas de las cosas que hace me parece completamente censurables y ni siquiera creo que las dolorosas circunstancias de su niñez las justifiquen. Sin embargo, lo que sí que veo en él es una profunda evolución que vendrá de la mano de la protagonista femenina, de ahí el nombre de la novela: Redención. A muchas lectoras les gusta que los protagonistas sean maravillosos desde el minuto uno; a mí como lectora y escritora eso me aburre, quiero ver un cambio a lo largo de la novela. 

Algunas lectoras se han sentido escandalizadas de el comportamiento de Benedict: «borracho, mujeriego, cruel, maltratador, violento, posesivo, dominante...», son algunos de los bonitos adjetivos que le dedican y no les falta razón, pero... lo importante es que al final del libro ya no es así. 

Sin embargo, entonces se escandalizan de que Lillian, la protagonista, lo perdone. Estamos tan acostumbradas a que en las películas y las series la venganza sea uno de los temas estrella, que casi no somos capaces de entender lo grande que es el perdón. Perdonar exige una fortaleza mucho mayor que una simple venganza. 

De mi protagonista femenina dicen algunas lectoras:

«Ni tampoco me gustan las heroínas femeninas que solo destacan por su delicadeza, femineidad y belleza... atributos la verdad que por si solos no constituyen razones suficientes para admirar al personaje desde mi punto de vista».

«La protagonista no era una mujer fuerte, para mí no ha sido así...
Le ha perdonado todo, todito muy rápido».

Sin embargo, otras lectoras son capaces de ver la grandeza de una mujer como Lillian:

«El protagonista, un ser odioso, me fue cautivando poco a poco y ella, mis respetos. Unos personajes fuertes».

«Ella una mujer con un carácter muy tierno y a la vez muy firme...»

Porque parece que si una mujer no pega un par de gritos y suelta unos cuantos tacos no es una mujer empoderada. Pues no estoy de acuerdo; hay muchas que sin recurrir a la violencia, sino con una mezcla de delicadeza y firmeza, como bien dice esta lectora, son capaces de ganar las batallas más difíciles. A mí que no me digan que Lillian no es una mujer fuerte. En las circunstancias más difíciles, no solo no se vino abajo, sino que fue capaz superar el rencor y la amargura a los que tenía todo el derecho, creando un ambiente de felicidad y bienestar a su alrededor. Incluso es capaz de correr a ayudar a la persona a la que más debía odiar en el mundo sin dudarlo y conseguir salvarlo de sí mismo. A mi modo de ver, una auténtica heroína.

En resumen, mi bricoconsejo del día es: déjate llevar por la historia sin prejuicios y disfruta. 



domingo, 4 de abril de 2021


Quería comentaros que, muy a mi pesar, mi próxima publicación se va a retrasar unos meses debido a unos problemas de «producción». Este año 2021 me había propuesto publicar tres novelas, pero los plazos se me van echando encima y sigo sin solucionar la cuestión, así que no sé si será posible. De todas formas, estoy muy ilusionada con este proyecto porque, por primera vez, me lanzo con un género nuevo para mí: las novelas románticas de Regencia. Es un reto al que llevo mucho tiempo dándole vueltas, aunque hasta ahora no me había atrevido a dar el paso. Con esta serie de Regencia —tres novelas independientes, pero con personajes relacionados entre sí— me alejo un poco de la Isabel Keats de comedia romántica contemporánea que todos conocéis y me adentro en un género que, desde que descubrí en mi adolescencia las novelas de Georgette Heyer (para mí la mejor entre las mejores), siempre me ha apasionado.

Espero que, a pesar de este pequeño contratiempo, le deis a estas nuevas historias una acogida tan buena como la que hasta ahora han tenido todas mis novelas y que disfrutéis leyéndolas tanto como yo he disfrutado escribiéndolas. Como todas sabéis, los cambios siempre producen un poco de vértigo, pero estoy impaciente por conocer vuestra opinión. 

martes, 1 de septiembre de 2020

El 20 de octubre de 2020 o también el 20-10-20 (un número bastante capicúa que tendré en cuenta a la hora de comprar Lotería de Navidad ;-D) saldrá a la venta mi nueva novela "En un rincón perdido del mundo" y, a partir de hoy, lo tenéis en preventa en Amazon. 


Sinopsis:

Max necesita alejarse de la ajetreada vida social de Manhattan y buscar un rincón solitario donde componer la banda sonora que le han encargado, y ¿qué mejor lugar para ello que el pueblecito de Teruel donde vivía su abuela, a la que nunca conoció?
En efecto, en Santa Olaria de la Mata no parece que vaya a haber demasiadas distracciones; la media de edad de su escasa docena de habitantes es de unos setenta años, no hay internet y ni siquiera llega la señal de televisión. Además, el pueblo suele quedar incomunicado en los meses más duros del invierno. Lo último que espera Max es encontrar al amor de su vida en ese rincón perdido del mundo, pero cuando se da cuenta del peligro que corre, ya es demasiado tarde para escapar. 

domingo, 12 de abril de 2020



Como todas las mañanas Óscar se cuadró como el resto de sus compañeros de la UME y enseguida empezaron a sonar las notas del himno de España, interpretado por la banda de la policía municipal de Madrid. 
Para él ese era el mejor momento del día, no solo porque su corazón se llenaba de orgullo al oír las familiares notas que representaban a todos los españoles, sino porque desde hacía dos semanas, junto a una de las columnas de la entrada del pabellón de IFEMA, siempre en el mismo sitio, a menos de metro y medio de él, un grupito de enfermeras se reunían ahí para escucharlo y, en cuanto terminaba, rompían a aplaudir con entusiasmo.
Pero Óscar solo tenía ojos para una de ellas. No sabía si era guapa o fea o si tenía buen tipo; en su opinión, los pijamas de los sanitarios no eran los atuendos más sexis del mundo. Además, llevaba el pelo recogido en un gorro de color verde del que a duras penas escapaba de vez en cuando un mechón castaño oscuro, y la mascarilla le tapaba la mayor parte de la cara. Sin embargo, todas las mañanas, la mirada de Óscar era irremediablemente atraída por los inmensos ojos azules. Unos ojos expresivos en los que podía adivinar las mismas emociones que vibraban dentro de él: miedo, cansancio, angustia y, aunque tenue, esperanza.
El recuerdo de esos preciosos ojos era lo único que le ayudaba a aguantar el resto de la jornada. Desde que los llamaron para enfrentarse a esa terrible emergencia, el trabajo de su unidad había consistido en acudir a la llamada de hospitales y residencias de ancianos para cargar en furgonetas sin distintivos los cuerpos que abarrotaban las morgues; había que dejar sitio a los que morirían ese mismo día. Pese al tiempo transcurrido, no lograba acostumbrarse; el terrible olor se pegaba a él y no podía arrancarlo por muchas duchas que se diera. Llevaba noches durmiendo muy mal, y cuando se despertaba después de sufrir una pesadilla, lo único que le hacía retomar el sueño era el recuerdo de esos ojos azules y la esperanza de volver a verlos a la mañana siguiente.

***

Los ojos de Sandra recorrieron las filas de militares de la UME que escuchaban en posición de firmes el himno nacional y no tardó en descubrir lo que estaba buscando. Era él. Lo reconocería en cualquier parte pese a la mascarilla que le tapaba el rostro. Sin embargo, no era la figura marcial, de hombros anchos y caderas estrechas, que el uniforme ponía de relieve lo que atraía su mirada. No. Lo que la atraía con la fuerza de un imán eran esos ojos castaños que asomaban por encima de la mascarilla en los que, incluso desde donde estaba, podía adivinar la mezcla de temor y agotamiento que ella misma sentía, sí, pero también una dulzura especial y un toque de esperanza.
Las últimas notas del himno se apagaron y aplaudió con ganas. Ese pequeño respiro, justo antes de enfundarse el EPI, dentro del cual hacía un calor insoportable, y ponerse las gafas protectoras que luego le dejaban marcas que tardaban horas en desaparecer, era lo mejor del día. Un día que seguramente no sería muy distinto del anterior y de los otros que los habían precedido. Muerte, enfermedad, lágrimas, tristeza, pero también compañerismo, compasión, esfuerzo incansable y, de vez en cuando, algún pequeño triunfo cuando salían a despedir a un paciente ya curado. Así día tras día, sin tener el consuelo de regresar a casa con la familia. Su padre acababa de salir de una operación a corazón abierto y, por temor a contagiarlo, Sandra había decidido compartir piso con unas compañeras que no vivían lejos del hospital de campaña. Estaba siendo duro, muy duro, pero al menos tenía el consuelo de ver cada mañana esos ojos castaños que parecían comunicarse con ella sin necesidad de palabras.

***

Plaza Mayor de Madrid, Agosto 2020

El camarero no daba abasto, así que Sandra decidió tomar cartas en el asunto.
—Voy a pedir otra caña en la barra, ¿alguien se apunta?
Al instante se levantaron cuatro manos. Sandra miró sonriente a sus compañeros, con los que había ido a tomar unas tapas a una de las terrazas de la plaza y les dijo en tono amenazador:
—Os recuerdo que esta noche tenemos turno, así que será la última.
Sin hacer caso de sus protestas y silbidos, se acercó a la barra. Parecía mentira, se dijo incapaz de dejar de sonreír, después de lo duros que habían sido los últimos meses, las cosas volvían poco a poco a la normalidad. Cierto que ahora casi todo el mundo iba por la calle con mascarilla; que en los restaurantes las mesas estaban más separadas; y que la gente guardaba un perímetro de seguridad en los transportes públicos. Pero era un pequeño precio a pagar por el placer de volver a ver y oír a los niños jugando en los parques. La vida había vuelto de nuevo a las calles.
—Cinco cañas, por favor.
—Cinco cañas, por favor.
El camarero que estaba detrás de la barra levantó las manos en un cómico gesto de rendición.
Divertida, Sandra se volvió a mirar al chico que estaba a su lado y él hizo lo mismo. Entonces, las sonrisas de ambos se congelaron en sus bocas.
Los ojos azules se clavaron incrédulos en los ojos castaños que tenían idéntica expresión de sorpresa. Se quedaron mirándose, casi sin pestañear, hasta que el camarero rompió el hechizo.
—Sus cinco cañas, señorita. Ahora voy con usted, caballero.
—Eres más guapa aún de lo que había imaginado. —Al oír aquel susurro ronco, a Sandra se le puso la carne de gallina.
—Tú también —dijo en voz baja sin dejar de mirarlo.
—Un día ya no volviste. —En la voz grave resonaba algo parecido al dolor.
Sandra lo entendió a la primera.
—Me contagié yo también y tuve que guardar cuarentena.
—He soñado con tus ojos desde la primera vez que te vi.
—A mí los tuyos me ayudaron a conservar la cordura.
Se sonrieron.
—El sábado es mi día libre —dijo él.
—Qué casualidad, el mío también —No era cierto, pero ya se encargaría ella de que su amiga Rita le cambiara el turno, aunque tuviera que sobornarla con la promesa de acompañarla a una de esas soporíferas citas a ciegas a las que era tan aficionada.
—Entonces, el sábado a las once te espero aquí mismo.
—¿No crees que deberíamos intercambiarnos nuestros móviles por si surge algún contratiempo?
Pero él, sin dejar de sonreír de esa manera que hacía que se le acelerara el corazón, movió la cabeza en una negativa.
—No es necesario. ¿Aún no te has dado cuenta?
—¿De qué? —Deslumbrada aún por esa blanca sonrisa, Sandra negó a su vez con la cabeza.
—De que tú y yo estamos destinados a acabar juntos.
Una vez más, los iris azules y los iris castaños se comunicaron sin necesidad de palabras.
Los gritos de sus compañeros y de los amigos de él, impacientes por su tardanza en volver con las bebidas, los arrancaron de golpe de aquel embrujo.
Sin dejar de reír, cogieron las cañas como pudieron y se dirigieron a sus respectivas mesas.
—¡El sábado a las once!
—¡Aquí estaré!
Y aunque ni siquiera le había dicho su nombre, Sandra supo que estaba en lo cierto: aquel atractivo militar y ella estaban destinados a acabar juntos.







sábado, 16 de noviembre de 2019


No suelo discutir en las RRSS de asuntos no relativos a la literatura. Creo, firmemente, que una autora se debería limitar a hablar de sus historias porque su opinión en otros temas no tiene por qué importarle a nadie. Sin embargo, esta vez no he podido resistirme. Hace tiempo que veo que muchas personas escriben en FB unas supuestas declaraciones que atribuyen a algún otro. Suele ser unas declaraciones tan absolutamente fuera de la realidad, que enseguida empieza el linchamiento del personaje en las redes, que es en realidad lo que se va buscando, y la gente acude en manada a soltar la primera barbaridad que se le ocurre. 
A mí, como no soy de creerme lo primero que leo, me gusta ir a las fuentes y no falla: en cuanto encuentro las declaraciones auténticas de ese personaje, me doy cuenta de que sus palabras han sido manipuladas de una forma absolutamente burda. 
La mayoría de los políticos no desean enfrentarse con individuos libres, capaces de pensar por sí mismos, sino que prefieren una masa manipulable a la que conducir como si fuera ganado. Hay que animar a todo el mundo a que abra la mente, a que viaje si tiene la oportunidad, pero, sobre todo, a que lea, que lea mucho (y no solo novelas románticas). Solo así no seremos presa de las famosas «fake news» y podremos sostener nuestras propias opiniones con argumentos y convencimiento. No seamos marionetas en manos de políticos sin escrúpulos; ojalá seamos capaces de no caer en su juego.

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